En la inmensidad de los sueños {Priv Kakyo}

Después de un día arduo en el que he podido llegar a tener cuatro trabajos en un día, llegar a casa es algo que me libera, al menos eso pienso al tiempo que salgo del ascensor y traspaso la puerta que conduce a mi apartamento, una vez dentro solo el sonido de mi profundo suspiro me da la bienvenida.

-Estoy... en casa- el sonido de mi voz retumban en las paredes al tiempo que me siento para quitarme los zapatos y dejarlos en el pequeño armarito de la entrada.

Cuando vivía con mi hermana eran sus gritos y su abrazo lo que me daba el recibimiento, su risa y sus exigencias de que me duchase pronto para cenar. Siempre que llegaba ella tenía todo a punto, aunque jamás le había pedido nada y me sabía mal que cocinase para mi ella lo hacía, a veces me daba la impresión de que quería engordarme o algo así.

Con el recuerdo de mi hermana sonreí y me acerqué a la nevera, tomé un poco de las sobras del estofado que había comido al mediodía y lo puse a calentar en el microondas, mientras esperaba a que aquel aparato emitiese su característico timbre que indicaba que la comida estaba ya caliente me despojé de la chaqueta y de la camisa y me estiré al tiempo que bostezaba. Aquel aparato sonó y me dispuse a comer encendiendo previamente el televisor, en el cual nada más encenderlo apareció uno de esos programas de humor, que milagrosamente me arrancaban alguna risa furtiva. ¿Cuanto hacía que yo no prestaba atención al televisor? Más aun ¿Cuanto hacía que yo no me reía viendo un programa de televisión? Sin duda mi percepción de la vida estaba cambiando en demasía.

Cuando terminé de comer; que no me llevó mucho rato. Lavé el plato y fui al baño, después de lavarme los dientes me di una ducha relajante que puso en relieve todo el cansancio que sentía, de forma que me costó demasiado ponerme ropa de pijama y acostarme en la cama, mi celular hizo amago de recibir una llamada, pero lo miré furibundo, ya que era demasiado tarde para que sonase.

-Lo siento abuela, pero mañana.... descansaré- dije para mi mismo, pues bien era cierto que habiendo hecho tantos trabajos en un mismo día mi cuerpo no estaría muy dispuesto a moverse al día siguiente.

Con ese pensamiento en la cabeza quedé profundamente dormido.

Oscuridad y silencio eran amos y señores de aquella habitación. Solo una distinguida cama, amplia y blanca resaltaba en las tinieblas. Un sutil pitio se escuchaba de las máquinas cercanas a la cama, usuales para asegurarse que el corazón de una persona siguiera latiendo. Los números en la pantalla subían y bajaban de poco, siguiendo una lógica para muchos desconocida y quizás, solamente entendida por los médicos, quienes, en ese momento no parecían encontrarse cerca. Los tubos que se aseguraban de proporcionar al paciente las suficientes proteínas y vitaminas, junto a todo aquello que necesitara para mantenerlo en un estado de... 'salud' si es que así se pudiera decir. El hombre postrado sobre la cama era un joven de largos y castaños cabellos, sumido en un profundo sueño. Nada más que una débil y pausada respiración se escuchó junto a aquél pitido que seguramente siquiera sería posible de escuchar si el viento soplara con amabilidad. Pero no había viento, ni música, siquiera la compañía de un ser querido, por eso reinaba un pesado silencio. El nombre de aquél joven era Kakyou y su motivación por estar dormido desde hacía ya mucho tiempo era por voluntad propia. Un corazón herido y roto no tenía remedio, aunque solo se tratara de metáforas. Aun así, aunque estuviera despierto no podría moverse con total deseo en aquél objetivo mundo en el que la gravedad era señora, completamente diferente a su mundo de ensueños, por él dominado.

En otro mundo, en su subconsciente, en el mundo de ensueños, él era capaz de hacer lo que se le antojara, si bien habían cosas lejos de su capacidad por ser inexperto, por no haber visto el mundo real con sus propios ojos. Solo habían meras memorias, que una y otra vez revivían en sus sueños, toas ellas, cargadas de melancolía. Solo conocía un mundo oscuro, pero a la vez iluminado por la luz de la torre de Tokyo y unas puertas que de vez en cuando dividían el paisaje y lo hacían cambiar con su mágico cerrar y abrir. Era el mundo de ensueños ¿Qué más podía ser señor qué su propio pensamiento y deseo? Kakyou, apoyado contra una de aquellas marrones puertas corredizas observaba la torre de Tokyo en todo su esplendor mientras permanecía sentado en el suelo. Aun así, su deseo desde hacía tiempo seguía siendo el mismo: Tener a alguien que rompiera su soledad. Hokuto había sido una, alguien a quién amó y seguía amando sin importar que la muerte misma los separara. Pero ahora estaba solo y, estaba seguro al mismo tiempo que aquél día Fuuma no se acercaría con la escusa de recordar que él era un vidente y que, aquello que soñaba tenía el destino de volverse realidad. Lo sabía, no era una mera escusa, era realidad y él, como vidente, era incapaz de poder cambiar aquello que en sus sueños podía ver. No podía escapar de la realidad. Su mirada bajó al suelo, al oscuro suelo que parecía uno con las paredes y una sutil, imperceptible sonrisa adornó sus labios.

Inconscientemente, la puerta hacia sus propios sueños se abrió. Aquél que tuviera la suficiente habilidad mágica, incluso un ser humano normal y corriente sería capaz de llegar a él, aunque sea solo por equivocación. Él, Kakyou no lo supo, pues su ideal y corazón habían decidido tomar caminos diferentes. El dolor y deseo de morir pertenecientes a su ideal, no pudo impedir a su corazón de abrir un camino, imperceptible, demasiado débil y vasto. Fue su deseo.  —¿Hum? ¿Hay alguien allí?— Una presencia llegó a su sueño. No era Fuuma, ni ninguno de sus compañeros dragones. Era un sentimiento mucho más conocido, pero con pequeños cambios. No era lo mismo, pero algo les unía. Su mirada se levantó y dirigió a la oscuridad que iba disminuyendo en una azulada luz, que lentamente dejó entrever una sombra. ¿Acaso su deseo fue a llamar a la persona más cara para aquella que había sido su amada?. Un impropio sentimiento de curiosidad le invadió. Sus orbes se abrieron un poco más mientras, la sorpresa comenzó a notarse en su pálido rostro. Sujetó la blanca tela de su yukata con la mano, de forma inconsciente, callada.

La sorpresa se apoderó de él en cuanto aquella persona hizo acto de presencia, jamás hubiera pensado que ahora, después de haber amado y sufrido por la perdida de Hokuto, se encontraría ahora con aquél que era su hermano gemelo, quién era su semejante. Aun así, estaba seguro que no solo el género los diferenciaba, la alegría y vitalidad que en su día le propinó Hokuto incluso a una apenada alma como el vidente de sueños había desaparecido y no volvería, era inútil esperar que él fuera igual. Aun así, Kakyou jamás esperó eso, siquiera pasó por su mente o deseó que así fuera, de hecho, al cabo de pocos instantes aquella sorpresa desapareció dejando paso una vez más a la serenidad que parecía ser típica de él ya, a parte del sutil aire melancólico que le solía acompañar constantemente. Levantó un poco su cabeza, él a diferencia de Subaru seguía sentado en el suelo, por ello le era necesario realizar aquél acto. Sus ojos siguieron fijos en los ajenos y sus labios simplemente seguían manteniendo aquella... casi imperceptible sonrisa. Sí, había deseado que alguien le salvara de su soledad del día a día, había deseado ver a alguien, no importaba a quién y dudaba que el Kamui de los Dragones de la Tierra fuera a entrar en sus sueños y hacerle compañía. No estaba seguro, simple suposición la suya. —Subaru Sumeragi... El único hermano de Hokuto Sumeragi.— Susurró cerrando sus ojos durante unos instantes. Le era doloroso tener que recordar, el no haber sido capaz de salvarla, el no poder volver a ver su sonrisa de otra forma que reviviendo aquél sueño.

Mi nombre es Kakyou, Kuzuki Kakyou. Soy el vidente de los Dragones de la Tierra.— Pronunció una vez sus orbes volvieron a abrirse, esta vez, su voz sonó un poco más animada, sin perder claramente la calma y aquella amabilidad que lo caracterizaba aun siendo un vidente de los enemigos de los Dragones del Cielo, pero al fin y al cabo, bien sabía que todos ellos tenían un lado de amabilidad, como todo el mundo al fin y al cabo, solo que, a diferencia de Fuuma, él deseaba confiar un poco más en aquella chica que tanto amó a Kamui. Por ello, no temía a los Dragones del Cielo, pues después de todo, incluso ellos podrían cumplir su sueño, no únicamente Fuuma. Desvió su mirada a un lado, observando aquella ostentosa torre, fruto de una antigua memoria, de aquello que durante años vio desde la ventana de su habitación, postrado en una cama. Nunca había intentando cambiar ese hecho, el no poder moverse, hacer aquello que su corazón le dictaba, ese era su destino y él, él lo aceptaría sin quejas. —Sí, lo es...— Susurró como respuesta a la afirmación ajena mientras una amarga sonrisa hizo acto de presencia durante meros instantes. Solo momentos pasaron antes de que, apoyándose en la puerta corrediza de detrás suyo se levantó, sin mucho esfuerzo. Efectivamente, le resultaba mucho más sencillo utilizar ese cuerpo mental que tenía en sus sueños, en cambio, por desgracia había dejado de ver el mundo con los ojos de un vigente desde hacía mucho. —Pero este es mi sueño, puedo cambiar este paisaje... Incluso tú puedes hacerlo si lo prefieres.— De cualquier forma, le resultaría interesante poder ver otros lugares mediante los sueños que Subaru Sumeragi fuera capaz de enseñarle.